Del Urabá a la nieve: una travesía para conocer donde nace la vida
El valle después de la cumbre
Esta historia no es sobre cómo llegamos a la nieve, ni sobre lo duro que fue el ascenso, tampoco de la inmensa satisfacción que sentimos al ver a los 30 aventureros alcanzar el borde de nieve en el Nevado de Santa Isabel. Este espacio habla sobre un encuentro, otra hazaña. El momento más álgido y a la vez más hermoso de toda la travesía: conocer realmente a Héctor, su historia, el poder de la intuición, la escucha y el silencio.
Antes de la cumbre
Llegamos al hotel en Manizales el cuatro de diciembre, y casi de inmediato los aventureros preguntaron en dónde estaba el lavadero y dónde podrían comprar jabón. Pero ellas y ellos pasaron por alto que en la ciudad de las tres efes —fea, fría y falduda— la ropa no se secaría tal y como en su tierra natal, Urabá, por lo que tendrían que alquilar una secadora, $20.000 por el día. Para algunos era una suma moderada e incluso económica, para otros —en su mayoría para las mujeres— era inaccesible. Entonces las chicas propusieron que ellas lavarían todo si los hombres pagaban la secadora. El consenso fue mutuo y había «armonía» en el grupo, pero dos profes del equipo que sólo escucharon la última parte del acuerdo sintieron que era injusto y establecieron que cada quien lavaba lo suyo.
Esta situación fue la excusa perfecta para hablar sobre roles. En la noche, olvidamos las actividades planeadas en el currículum y dimos rienda suelta a una conversación. Aquí es cuando Héctor entra a la historia.
Héctor era el único estudiante de la I.E.R Nel Upegui, un colegio ubicado en la vereda La Guaca a 15 km del municipio de Chigorodó. El espacio de la conversación era un círculo de historias a corazón abierto de las realidades de algunos de los aventureros: un padre que no deja hacer nada a su hija pero sí a su hijo. Un joven que no es capaz de irse a vivir con su madre, que vive en Cartagena, porque prefiere vivir lejos de ella para trabajar, enviarle dinero y no ver que sus hermanos no le ayudan y la maltratan. Otro joven que es incapaz de llorar porque «eso es de mujeres», a pesar de tener un nudo en la garganta y otro que reconoce cómo duele ver que su padre no ayude a su madre en casa. Las historias nos abren la escucha desde el corazón a más de uno, pero Héctor decide que no es su espacio y sale del salón.
La cumbre
Estaba inmensamente conmovida por todo lo que estaba escuchando y no quería perdérmelo, pero sentí que debía ir tras él. Estaba en su camarote llorando y solo le dije que me encontraba ahí para acompañarlo.
Al cabo de un rato bajó y nos sentamos a conversar. Lo primero que mencionó fue: «Yo no quería hacerlo». Se refería a la pelea que había tenido con un compañero antes de salir a vacaciones. «No aguanté más y le di duro profe», me dijo. Héctor tenía dolor y rabia por esta situación, pero este no era su dolor más profundo. Sus dolores estaban anclados uno tras otro y esta primera situación nos llevó a hablar de lo que había acuñado en su pecho por años.
Esperé en silencio y luego de un buen tiempo expresó: «A mi mamá la mataron. Yo tenía dos años, en un enfrentamiento entre grupos armados». Por primera vez en su vida Héctor hablaba con alguien que no es de su familia sobre uno de los episodios más dolorosos de su vida. Y digo uno de los tantos, porque luego, su tío más cercano, quien se habría encargo de él como si fuese su padre, murió cuando él tenía 12 años. Tantas historias atoradas en su garganta esperando a salir y ser descifradas.
Creo en las coincidencias. Creo que hemos sido llamados a actuar desde la racionalidad y la sensatez, pero creo que no hay nada más puro y valioso que dejarnos guiar por nuestros sentires. La violencia y las dinámicas culturales del Urabá han reprimido la expresión de estos. Quisiera explicarles todo lo que surgió de Héctor en aquel momento, y por esto, lo mejor que puedo hacer es darle entrada a él. Un aventurero que me enseñó que vale la pena acompañar desde el silencio, que no hay razón para dudar de la intuición y que los seres humanos necesitamos espacios y encuentros de escucha y silencio para sentirnos humanos y crecer.
Héctor
Soy Héctor, un joven abierto y dispuesto a ayudar. Estoy dispuesto a brindar mis hombros si alguien quiere descansar en ellos y a escuchar si alguien necesita desahogarse; brindo mis brazos, mi comprensión y mi afecto porque en muchas ocasiones, un ABRAZO, puede cambiar el día de alguien.
Pero a la vez, soy todo lo contrario a lo que entrego, una persona cerrada, porque no doy a conocer lo que pasa en mi interior. La tristeza y el dolor que se encuentran en mi interior, que rara vez sale, es como una ira incontrolable, un sentimiento que estalla y puede afectar a los que están a mi alrededor, es el costo de ser una «paloma blanca», calmado la mayor parte del tiempo.
Sin embargo, después de vivir la travesía Del Urabá a la Nieve, en el interior de mi ser han surgido nuevos sentimientos y emociones extrañas, un yacimiento que estoy explorando, un mar en el que me puedo ahogar, pero sigo luchando contra una corriente, que sé, que puedo usar a mi favor y no siempre lo hago. Revelar esos sentimientos que por años mantuve guardados fue, de cierta manera, un descanso emocional.
Para los que no conocen, Del Urabá a la Nieve es un proyecto que nos da la oportunidad, a nosotros, los jóvenes del Urabá, que vivimos cerca del mar y a temperaturas alturas, de experimentar un nuevo ambiente, nos permiten conocer la nieve. Este proyecto es posible gracias a la ayuda de patrocinadores y al apoyo de nuestros profesores, que son los que hacen posible que nuestros sueños se hagan realidad en una travesía única de ocho días.
No solo vamos a conocer la nieve, sino que también, las y los docentes que nos acompañan se encargan de fortalecer y hacernos crecer como persona; nos permiten ver la hermosa naturaleza que tenemos a nuestra disposición; fomentan el trabajo en equipo, que es la mayor fuerza que puede haber para cambiar el mundo, y aquí es donde se reflejan las capacidades socioemocionales que tenemos. Sin mucho preámbulo se puede decir que esta travesía está para que cada persona reflexione.
El viaje
Todo empezó en UNIBAN (Unión de Bananeros de Urabá), fue el primer punto de encuentro, allí realizamos unas dinámicas para entrar en ambiente y conocer a los demás compañeros y a las profes.
Cintia, Laura, Natalia, Cristina, Vanesa, Daniela y Sara nos dieron unos tips para gozar de la experiencia al máximo, y después nos dividieron en «cordadas», pequeños grupos que tenían por nombre un animal o planta característicos del páramo y nuestro destino: el nevado de Santa Isabel ubicado en el Parque Nacional Los Nevados, donde también se encuentran el Nevado del Ruiz y el Nevado del Tolima.
Bueno, después de conocernos y de tener una pequeña charla con nuestras cabezas de «cordadas» y compañeros de grupo, acomodamos todo e iniciamos el viaje, en el largo trayecto hicimos dinámicas y nos fuimos afianzando mucho más.
Después de llegar a Manizales, que era nuestro destino en sí, las profes nos tenían muchas sorpresas, lugares muy bonitos y sorprendentes en los que aprendíamos cosas nuevas y nos íbamos uniendo cada vez más. Descubrí lugares que nunca pensé que iba a ver, visitamos fábricas, parques naturales y otros lugares muy bonitos de Manizales, dignos de admirar.
Durante la travesía, antes de subir la montaña, de una u otra forma nos estaban preparando mental y físicamente, y lo más importante, como grupo.
Una noche nos reunieron para conversar sobre roles de género, tocamos el tema del machismo, que tristemente vivimos a diario, todos hablamos sobre lo que sentíamos y algunos de mis compañeros y compañeras empezaron a hablar de lo que les hacía poner tristes, algunos rompieron en llanto mientras hablaban y otros se conmovían con lo que escuchaban.
Yo traté de no llorar, pero después de un rato de escuchar y ver llorar a los que estaban presentes, tuve que salir, me fui a un lugar solo para ocultarme. En ese momento mis sentimientos estallaron y lloré como nunca lo había hecho. Eran por el dolor, la tristeza y una serie de preguntas que siempre me hago. No tuve otra alternativa y no fui capaz de contener mis lágrimas.
No pensaba decirlo, pero la travesía se trataba de conocernos a nosotros mismos y explorarnos con el apoyo de nuestras profes. En ese momento, una profe llamada Natalia llegó a donde yo estaba y me dió un abrazo, me brindo su tiempo sin saber nada, sin conocerme, esto es lo que más vale: la intención. Ella estaba dispuesta a escucharme.
Al principio no quería decirle nada, porque no acostumbro a hablar de ello, como dije, soy un persona cerrada, pero además de eso, sentía un nudo en la garganta y muchas emociones. Después de un rato terminé hablando con ella de lo que estaba sintiendo. Algo sorprendente y nuevo. Fue la primera persona con la que hablé de eso, he incluso hubo un momento en el que me sentí apenado (aunque aún en ocasiones aún siento eso). Ella me habló de una manera reconfortante, tratando de que todos eso sentimientos fluyeran. Me brindó afecto que, en ocasiones, es lo único que se necesita. Esta conversación me sirvió y realizamos unos ejercicios de respiración para que saliera todo eso y tratara de relajarme.
Entendí que no estaba solo, pero acepto que esa apertura tampoco me la había permitido, algo hizo que me sintiera en confianza con en ella y di un paso importante en ese momento. Después de todo esto siento una enorme gratitud y respeto hacia ella, por escucharme y ayudarme.
En otra ocasión, en un taller que estábamos realizando, teníamos que escribirle una carta a una persona que fuera nuestro motor para ascender a la nieve y entonces me invadieron unos pensamientos tóxicos, por decirlo de alguna manera. Pensamientos sobre la posibilidad de que las personas valiosas para mí no volviesen a estar. La profe Dani, que era la líder de mi «cordada», me consoló en ese momento y ahí es donde digo que un abrazo sincero puede ayudar muchísimo.
Cuando inició esa travesía no pensé que mi lado más sentimental fuera a salir, aunque eso es algo que se dio gracias a quienes me rodeaban y a nuestras profes, que de una u otra forma nos ayudaron a manejar esos momentos, para que fuéramos abriéndonos y lograramos sentir toda la buena energía y amor que nos rodeaba. Su objetivo era que crecieramos y nos dejáramos influir por todo lo bueno que nos rodea, para que seamos mejores personas durante y después. Así entré en un nuevo mundo: mi interior. Un mundo que me reta más que la montaña, porque SENTIR es lo que más dificultad me ha dado.
Mientras subíamos el Nevado de Santa Isabel se vio reflejado todo lo que aprendimos como equipo en el viaje. Nos unimos más y sobrepasamos nuestros propios límites al darnos cuenta de que eso que llamado «límites» lo ponemos nosotros mismos. Lo que necesitamos son ganas de seguir adelante y superar los obstáculos que nos pone la vida. En el ascenso trabajamos como equipo y nos apoyamos, todos logramos subir a conocer la nieve, cada quien a su paso, pero lo más importante era reflexionar.
Vimos un paisaje super chévere, lleno de muy buena energía, a pesar de que los seres humanos lo estamos destruyendo poco a poco, aprendimos que está en nuestras manos hacer el cambio y ayudar a la naturaleza porque ella es quien nos mantiene con vida. Fue maravilloso tocar la nieve, uno en realidad siente que toca el cielo con las manos en la cima, se siente como una fantasía, algo irreal.
El Valle después de la cumbre
Después del descenso empecé a reflexionar acerca de lo que podría pasar en 30 años, cuando ya no hayan glaciares en Colombia por nuestro afán de evolucionar tecnológicamente arruinando la naturaleza. Ahora sé que es importante que la amemos, cuidemos y respetemos, solo así viviremos en un mundo mucho mejor.
En cuanto a mis sentimientos, ahora soy consciente de que es necesario recibir ayuda y que pensar en que «eso de llorar es solo para mujeres» es producto del machismo que nos rodea. Al ir un poco más profundo en el tema, analizo por qué hay personas que se agreden porque su forma de pensar es diferente, o por qué los hombres maltratan a las mujeres, o viceversa en ocasiones.
Es increíble ver cómo en solo ocho días descubrí cosas de mí que no conocía, y aunque aún estoy en proceso, aprendí a ver las cosas desde otra perspectiva.
En del Urabá a La Nieve no solamente escalé la montaña que estaba bajo mis pies, sino que también escalé mi propia montaña interior, aunque no ha sido nada fácil. Es algo gratificante saber que me conocí mucho más allá de lo que nunca me imaginé, entendí que no todo es alegría, hay momentos para subir y mantenerse arriba, pero también hay que bajar y ver las cosas desde otra perspectiva, porque desde ese punto bajo uno puede reflexionar, actividad que quizás la efusividad de estar en la cima no permite. percibir muchas cosas que en la cima no se ven.
Es de valorar lo increíble y significativa que es esta experiencia Adquirí nuevos conocimientos y experiencias para avanzar en la vida, entendí el cambio que hubo en mi ser y me encariñé mucho con todos y todas.
Leave a Reply
Want to join the discussion?Feel free to contribute!