Un año en la vida de un Santanero
Un año en la vida de un Santanero
Dilan se levanta todos los días a las seis de la mañana con ganas de salvar el mundo. Su emocionante valentía lo lleva, en cada clase, a cuestionar las cosas que dice su seño; no lo hace con la intención de dañar la clase, es solo que para el líder de 1º01 todo debe tener una muy buena explicación para ser o no ser:
- ¿Seño, por qué si las nubes son blancas, todos las pintan azules en sus dibujos?
- ¿Seño, por qué todos les dicen pescados a los peces, si cuando están en el mar todavía no son pescados?
También da simples respuestas, como el día que en medio de una clase de religión, un lunes a la séptima hora (que va aproximadamente de 2:10 pm a 3:00 pm) cuando les pregunté sobre el tema que habíamos visto la clase anterior (antiguo y nuevo testamento) el líder, como suelo llamarle, respondió con una sonrisa llena de picardía por creer saberse todas las respuestas: “Vimos nueva Biblia y vieja Biblia, seño”… no me quedó más opción que reír y felicitarlo porque al fin y al cabo ¡tenía razón!
La vida de un estudiante santanero no es sencilla, los peques, como le digo a mis estudiantes, se enfrentan a opiniones muy reacias de sus padres, pues estos tienen una fuerte resistencia a que sus hijos aprendan y sean bachilleres, ya que esperan que cuando lleguen a la edad de 12 o 13 años, tengan la madurez suficiente para ir a trabajar a la playa, e incluso, aprender las estrategias de cómo “sacarle la platica al turista” para ir a celebrar con bombos y platillos (Y ron por lo alto) que fue una buena venta. Es inevitable preguntarse cómo los niños y niñas que están en 1° y que se muestran tan dispuestos a aprender y a explorar, logran llegar a 11° sin ánimo de salir adelante, sin tener metas a largo plazo trazadas, pensando únicamente en graduarse y trabajar en la playa o ser mototaxista.
Encontrar la respuesta a la solución y al desinterés de los estudiantes es más fácil de lo que se cree. Es simplemente perseverancia, que no es un don de todos, pero sí de muchos de los santaneritos genios como Dilan, Isamar, Miguel, Sharith, Mariana y Taliana, que se destacaron como los mejores estudiantes. Aquellos con los que visualizo una ceremonia de graduación, en el año 2027 y quien quita, hasta antes, porque sus mentes son curiosas, porque van un pie adelante en pensamiento, porque salen cada día a comerse el mundo y a responder esos “por qué” que de vez en cuando ponen en aprietos a su seño.
En un grupo de 25 estudiantes hay de todo, hasta locura; pero locura de la sana, de esa que logra que un viernes por la tarde dediquemos tiempo a tomar fotos a una iguana que tuvo la genial idea de pasar por el salón (que no tiene paredes) y mover su cola para que Eder David tirara su lápiz en el piso y corriera a verla más de cerca “solo a verla, Eder David” le digo y se ríe malvadamente, y eso fue suficiente para que me pidieran que sacara mi cámara y la siguiéramos por toda la cancha hasta que consiguiera una foto que nos gustara a los 26 del salón. O fácilmente, la misma locura, hace que Josué David, mi James Rodríguez santanero, empiece a chantajearme emocionalmente, diciendo que va a terminar dos páginas del libro cifras y que le va a ayudar a Emmanuel y a José Miguel, con la condición de que yo le preste un balón; y a mí, tan amante del futbol y de la selección Colombia, y también fan número uno de esas miradas cansadas, a veces me toca hacerme la seño seria y decirles que todo el tiempo no podemos jugar futbol, que también debemos aprender el abecedario o sumar; sin embargo, a veces me dejo convencer y echamos una picadita, les enseño mis pases y convierto mi salón en la selección Colombia que fue al mundial de Brasil de 2014, llena de estrellas.
Aún así, no todo es color de rosa en la isla bonita de Barú. La otra parte no tan bonita, pero no menos importante en la vida de Valentina, Luis David, Jairlin y Edgar, es la de cumplir; cumplir con que una vez a la semana hagan sus guías de trabajo, una vez en el periodo realicen 18 exámenes de 15 preguntas cada uno, que Jairlin lea al mismo ritmo que Luz Yariana… y es esa una de las razones por las cuales debo decirle a Andriw o a Luis Miguel, que el fútbol puede esperar, pero aprender a leer y a sumar lo necesitamos hasta para ir a comprar a la tienda y que no nos den mal el vuelto.
Sin embargo, con todo ese sacrificio de doblar las tareas para Darwin, Sharoll o Taniusska, esa fue la parte más hermosa de enseñar. Enseñé a un grupo de niñas y niños a leer, escribir, sumar y restar, no lo hice pensando en que ese es mi deber, aunque lo es, lo hice porque desde el primer día, cuando llegué con sus nombres en una cartulina decorada con colores, sus caras de felicidad y agradecimiento me hicieron prometerme volver a verlas así cada día que me pasara frente a ellos hablando del reloj, las partes del cuerpo o el movimiento de rotación y hasta intentando, más adelante, que leyeran palabras como esternocleidomastoideo (sí, la leyó Sharith con ayuda de sus compañeros porque palabras como mariposa y cabezote ya no era gran reto para ellos), para verlos retarse y volver a sonreír al superarse. Cada momento, pude disfrutarlo porque aprendí a conocer la cara de frustración de Luciana por no poder con una resta, explicarle y que ella misma encontrara la respuesta, e incluso, me pidiera que le llenara una hoja con ejercicios para que no se le olvide cómo hacerlas, entonces también conocí su cara de alegría, de grandeza, de felicidad porque aprendió y esa fue para mí la mayor de las recompensas.
También aprendí mientras enseñaba. Mis peques me enseñaron a no rendirme fácil como nunca se rindieron Andriw y Emmanuel; a perseverar como José Miguel y Darwin; a ser luchadora como Valentina y Eder David; a ser un líder y ver por los demás como lo hacen Dilan y Delsy; a ser sabia de pocas palabras como Edgar y Taliana; a ser una guerrera como Sharith y Luz Yariana; a ser agradecida como Jairlin, Luciana y Sharoll; a ser inteligente como Luis David y Miguel José; a ser honesta como Natalia y Luciana; a ser extraordinaria como Mariana e Isamar; a demostrar que sí se puede como día a día lo hacen Yeiner José y Josué David; a tener la capacidad de creer y crecer, de dar todo y luchar, como Luis Miguel y Taniusska.
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